En lo que al capitán concernía, el tiempo se detuvo. Esta ilusión le era familiar. Podía contar con experimentarla varias veces al año: cada vez que recibía una noticia con la que no podía bromear. Sabía cómo poner el tiempo en funcionamiento otra vez: negando la noticia.
(En “Galápagos”, de Kurt Vonnegut)
El humor es lo
único que queda.
(Yo)
Le
sonó el portero eléctrico a las 4 de la mañana. Esto es lo que le estaba
contando ahora la chica al señor lustrabotas desconocido petrificado que
lustraba botas en la terminal, al lado de la boletería cerrada de la empresa de
transportes Futuro, después de que el tren ya se había ido.
Le
sonó el portero eléctrico a las 4 de la mañana y debió haber estado un rato
largo sonando porque la chica primero escuchaba un sonido muy lejano, después
lejano, después masomenos lejano (¿sueño?), después masomenos cercano (¿vida
real?), después cercano, después muy cercano y después ahí mismo, por último.
Se levantó. Sonó de nuevo con ella de pie. Se asustó ahora sí. Era muy tarde y
era muy real.
-¿Hola?
No
le contestó nadie.
-¿Sí?
¿Hola? ¿Quién es?
Le
sonó de nuevo en la oreja. La hizo separarse del auricular.
-¡Hola!
Nadie.
En serio, nadie. No era nadie. No había dicho nada el que tocó el portero así.
Nada de nada. Se quedó mudo. De verdad.
La chica se puso zapatillas, se puso
un buzo encima lo más rápido que pudo y bajó, medio sin saber por qué, bajó.
Había muchísima gente. Muchísima pero
muchísima gente. Todos tan tranquilos mirando vidrieras, sentados en las
veredas, que era lo único que se podía hacer a esa hora, pero como si fuera una
re cosa para hacer. Familias enteras pasando de un lado a otro con cochecitos y
bebés, chicos adolescentes de la mano cruzando de un lado a otro de la calle, señores jugando al ajedrez sobre el cordón.
La única cosa comercial que sucedía
en aparentemente todo el centro era el chico que vendía películas en la
peatonal, al frente de Castillo, porque todo lo demás estaba cerrado. El chico
que vendía películas tenía películas muy buenas. Sólo películas muy buenas. Era
el más raro de los vendedores de la peatonal siempre, por ese sólo motivo, pero
ahora era la persona más normal como para preguntarle qué pasaba, supuso la
chica. Digamos, no era normal que estuviera ahí un martes a las 4 de la mañana
en el muerto centro de Jujuy, pero mucho menos normal era toda la gente
paseando y riéndose como si fuera sábado a la tarde así sin más y como si fuera
primavera y casi casi verano y como si fuera una especie de paseo de la alameda
tertuliesco y noctámbulo pero de ahora. Porque, o sea, estaba todo cerrado
verdaderamente. Ni Bugatti, ni la Royal, ni Brujas ni la Media Naranja. Nada de
nada. Todo cerrado. Y tampoco había vendedores de globos que vuelan solos ni de
manzanas confitadas ni de algodones de azúcar ni de molinetes de colores, yo no
sé de dónde los sacaba la gente, pero los tenían y era muy normal.
-Hola.
-Hola.
La chica se rasca detrás de la oreja.
El chico chequea con golpe de vista
las tapas de películas en exhibición.
-¿Todo bien?
La chica se muerde una uña.
El chico está pero no responde nada y
le pasa un golpe nervioso de plumero a la fila que le queda más cercana de
tapas de películas.
La chica mira como de pasada de vista
la sección Kubrik.
-Tengo “La naranja mecánica” también.
Y puedo conseguir otras de Kubrik para mañana.
-Eh, ¿no sabés por qué hay tanta
gente, digamos?
-Y mirá, las películas que más están
saliendo son las de humor.
-Ajá.
La chica mira para la izquierda.
El chico mira para la derecha.
-¿Por qué hay tanta gente? ¿No sabés
si pasó algo o hay alguna fiesta, no sé?
-Yo estoy vendiendo mucho Wes
Anderson, Jarmusch. Desde hoy a la mañana que estoy acá y la gente sigue
comprando. Ahora mi hermano me está grabando más y me está por traer.
Los dos se cruzan de brazos y se
quedan mirándose mientras asienten con las cabezas.
El chico no se sabe bien qué piensa y
la chica piensa que no puede hacer mucho más con esa información y que tiene
que volver a su casa a cambiarse. O sea, está en piyama. Pero no lo hace.
O se cambia y vuelve. Ya viene.
Listo.
La chica, con ropa de estar en la
calle, está en la vereda de la Necochea
de nuevo y mira para adentro de la Media Naranja, en la vereda del frente. Está
claramente cerrado, pero hay una luz cenital azul sobre la cabeza de una nena
sola en una mesa que toma Sprite con limón y los pies no le llegan al piso por
eso los balancea así mientras toma del vaso largo utilizando el sorbete y hace
un poco de ruido. Primero ponés el jugo de limón en el vaso y encima le ponés
el Sprite. Entonces se hacen unas burbujas como hexagonales o con varios lados
que quedan ahí flotando. Cuanto más limón tiene el vaso, más burbujas
hexagonales hay.
La chica vuelve a la peatonal. Nota
totalmente que la gente es re feliz.
El chico de las películas está pegando
una tela blanca grande con cinta adhesiva sobre la vidriera de Castillo. Su
hermano le trajo un proyector y ahora está repartiendo pochoclos en bolsitas de
papel a la gente que está en la peatonal.
De pronto están pasando “Juno” en la
pantalla gigante y la gente está contenta. La gente está contenta y un grupo de
señores barre esa parte de la peatonal y hay muchos que se sientan en la calle
a ver la película.
Aparecieron mantas y almohadones
súper cómodos donde la gente se sienta. No importa de quién es la manta ni los
almohadones. La gente se sienta y se conoce entre sí.
-A mí me parece que “Juno” es una
película muy linda.
-A mí también.
La gente mantiene conversaciones
increíblemente invadidas de frescura.
-Señor… Señor, ¡despiertesé!
El señor lustrabotas está
verdaderamente quieto y petrificado.
Era como que la chica pensaba que no
podía entrar en esa realidad sin modificarla. O sea, había que pactar sí o sí
con lo que estaba pasando. No se podía poner a preguntar: ¿qué pasa?, ¿por qué
están acá?, ¿por qué todos se quieren entre ustedes? Porque era como muy tonto
sacar de onda a la gente así. Pero también eso la ponía a la chica ansiosa.
Entonces quería quedarse a ver “Juno” con la gente pero tampoco se podía quedar
así de lo más tranquila, por eso agarró por la Lavalle y llegó hasta la
terminal. La gente estaba como por todos lados paseando y sacándose fotos con
otra gente que recién acababa de conocer o que simplemente iba pasando por el
puente todo iluminado y el único quieto era el señor lustrabotas en la terminal.
Todos era como que estaban en otro mundo o en otra dimensión, menos el señor
lustrabotas.
-Señor, disculpe.
La chica en cuclillas sacudiendo un
poquito del hombro al señor. El señor no se despertaba ni ahí.
La chica se tira un poco para atrás y
suspira en señal de bueno, me rindo, no se va a despertar. Se sienta al lado
del señor. Estira las piernas. Le saca un CJ del bolsillo, lo prende con un
fósforo que estaba ahí.
¿Los señores lustrabotas fuman?,
piensa la chica. ¿Los señores lustrabotas fuman y prenden el cigarrillo con
fósforos que estaban ahí?
-¿Quiere un pasaje? -le pregunta una
señora regordeta y simpática que saca medio cuerpo por la ventanilla de la
boletería supuestamente cerrada de la empresa de transportes Futuro. Tiene un
gorro blanco de maquinista a rayas rojas-. Ahora tenemos servicio de tren.
-¿Servicio de tren? ¿Y cuánto sale?
-Sale 10 australes. Tarifa reducida
de las 4 de la mañana.
Ya deberían ser más de las 4, piensa
la chica. Por lo menos deberían ser las 5. Todo esto es muy raro. Es muuuuy
raro, como mínimo.
-Bueno.
-Son 10 australes.
-Tengo 5 pesos.
-Bueno, le doy el vuelto en bonos
contribución que después se los reintegran en el lugar de destino. Tiene que
acudir a la boletería de Tacita de Plata que le quede más cercana.
¿Por qué me los reintegran si yo
tengo que pagar, digamos? (piensa). ¿Y por qué bonos contribución? ¿Para qué
sirve esto?
-¿Y a dónde va el tren?
-A cualquier parte. A donde usted
quiera.
-¿Pero y los demás?
-Los demás también.
¿Los demás también qué? ¿Los demás
también van conmigo a cualquier parte, a donde yo quiera?, piensa la chica. ¿O
los demás también van a cualquier parte, a donde cada uno quiera ir?
Se escucha el pitido del tren.
-Usted piensa demasiado. Tómese ese
tren y déjeme dormir en paz –dice el señor malhumorado lustrabotas que entreabre
los ojos de pronto y los vuelve a cerrar.
La chica ve cómo todos suben al tren
Futuro, que está ahí y no hace nada (la chica, digamos). Se queda con el boleto
en la mano. Como que no entiende. Y es una fila impresionante de gente la que
va subiendo. Cada uno va a donde quiere ir y el que no quiere ir a ningún lado
puede quedarse ahí y no bajarse nunca. Es como que toda la gente de la ciudad subió
en el tren y nadie se quedó sin asiento. Y del tren sale una música lindísima.
El tren se va y la chica y el señor
lustrabotas lo miran alejarse.
-Bueno, pero ahora vuelve, ¿no? –le
pregunta la chica al señor lustrabotas que ahora sí se despertó mucho más.
Y traga saliva. Y se miran fijo.
*[Publicado en Revista Intravenosa N° 12, Año 7, San Salvador de Jujuy, Diciembre de 2012].
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